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Las respuestas educativas ante la diversidad en contexto de pandemia. Una experiencia desde la Educación Diferencial

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por Mariana Flores Guerrero
Estudiante 5° año Pedagogía en Educación Diferencial

Una educación inclusiva es aquella que reconoce y responde a todas las necesidades educativas, sociales y personales que pueden tener las/os estudiantes a lo largo de su trayectoria educativa. Es entendida con un proceso que busca constantemente abordar y responder a la diversidad con equidad, asegurando así la presencia, participación y el aprendizaje de todos los estudiantes. Desde este lugar, comparto mi experiencia de práctica profesional como profesora en formación de Educación Diferencial.

Bajo el actual contexto de crisis sanitaria por pandemia, este proceso se ha visto significativamente afectado. La participación de un gran porcentaje de estudiantes está siendo condicionada por las desiguales condiciones sociales y económicas con que enfrentan la educación a distancia: quienes no tienen acceso a un medio para conectarse (hogares donde sólo se cuenta con un celular) o una buena red de internet simplemente se quedan al margen de las situaciones de enseñanza virtual, y, por ende, del aprendizaje. Pero esta preocupación se convierte en una gran alerta cuando comienza a tambalear la presencia y permanencia de los estudiantes en el sistema educativo. Se genera así uno de los más dolorosos y crecientes efectos colaterales de la pandemia: la deserción escolar, que en realidad se trata de “exclusión educativa” y barreras para la inclusión.

Mi última Experiencia Laboral (Práctica profesional) como Educadora Diferencial en formación de la Universidad Alberto Hurtado se desarrolla en un establecimiento particular subvencionado ubicado en la comuna de Estación Central, Santiago. Allí las desigualdades y la segregación son muy palpables. La escuela posee un índice de vulnerabilidad (IVE) de 86,4% y de su matrícula, un alto porcentaje corresponde a estudiantes migrantes (45%).

En marzo me incorporé para colaborar en este espacio. La escuela pasó gran parte del año 2020 impartiendo una educación a distancia, pero a diferencia de otros contextos, contó con muy pocas posibilidades de clases sincrónicas virtuales debido a los limitados recursos con los que cuenta el establecimiento y su alumnado. Recién a comienzos de 2021, luego de un gran esfuerzo de su comunidad educativa, lograron implementar clases virtuales sincrónicas para las asignaturas de Lenguaje y Matemáticas. En este contexto, me encuentro apoyando el proceso educativo de niñas y niños de 3° año básico en colaboración con sus respectivas docentes, y también, entrego apoyos especializados a un grupo de cuatro estudiantes que experimentan dificultades para aprender y participar.

El desarrollo de la práctica (ELAB) es un proceso complejo dentro de la formación. En la ELAB nos angustiamos, sentimos una presión, tememos no hacer lo suficiente por nuestros estudiantes y a veces creemos que no seremos capaces de poner en acción lo aprendido durante nuestra formación universitaria. Sin embargo, antes de iniciar este proceso, con mis compañeras nos decíamos “en la escuela seguiremos aprendiendo observando y con la práctica”. Pero, ¿cómo se vive este proceso cuando la pandemia cierra las escuelas y surge un contexto totalmente nuevo para todos?, ¿Cómo se lleva a la práctica todo lo que he aprendido en este nuevo escenario?

Sumergirse como practicante en esta nueva educación virtual y a distancia ha sido un proceso enriquecedor y a la vez sumamente desgastante (tanto física como psicológicamente). Son muchas las horas que se invierten en reuniones de coordinación, planificación, aplicación y evaluación de los aprendizajes con el fin de llegar a la mayor cantidad de estudiantes. Y es precisamente esto lo que hace que la experiencia sea más difícil y por momentos incluso dolorosa, porque pese a los múltiples esfuerzos no logro llegar a todos, en particular, esos niñas y niños que están en riesgo de exclusión y probable deserción escolar.

Sin embargo, también reconozco que gracias a esta experiencia he podido reflexionar sobre distintos desafíos y posibilidades que ofrece mi profesión de Educadora Diferencial, para enfrentar este contexto desde un enfoque de derechos y una visión inclusiva.

Revalorizar y priorizar la interacción entre las y los estudiantes en contexto virtual

Usualmente en el desarrollo de las clases virtuales nos encontramos con un predominio de la voz del docente que se refleja en una tendencia a “explicar contenidos” y dar la oportunidad de “abrir los micrófonos” a muy pocos estudiantes, por lo general aquellos que tienen la respuesta esperada. Así, participan “los de siempre” y se desaprovecha lo enriquecedora que puede ser una interacción virtual con variedad de respuestas, donde tenga presencia la diversidad que sabemos existen entre niñas y niños. Buscar maneras para asegurar la participación de más estudiantes es una estrategia que favorece una experiencia de aprendizaje más equitativa.

Estoy consciente que desarrollar estas instancias no es una tarea fácil debido al constante temor de sobresaturar los micrófonos y generar “desorden”, por ello hemos impulsado el uso de herramientas simples que nos brindan las plataformas. Por ejemplo, planear clases con más preguntas, de distinto tipo que inviten a los estudiantes a reaccionar ante sus pares, y generar “salas virtuales” o pequeños grupos en donde niñas y niños se puedan reunir para interactuar con mayor confianza, compartir y apoyarse en torno a una tarea o actividad.

Cuidar la finalidad pedagógica de los recursos de enseñanza

Una segunda reflexión que surge de mi experiencia se refiere a los materiales que se utilizan para la enseñanza. Bajo este contexto de educación con escasos recursos y predominio de clases asincrónicas, las cápsulas y videos educativos se han convertido en una herramienta muy utilizada. Sin embargo, muchas veces nos encontramos con que estos recursos priorizan “presentar” de manera expositiva algunos contenidos, y no logran promover la reflexión o una acción cognitiva concreta en los estudiantes. Vuelvo a pensar en el objetivo de una educación inclusiva que es necesario impulsar en contexto virtual: todos pueden y necesitan participar para aprender.

Bajo este aspecto he aprendido a cuidar la finalidad didáctica que está detrás de estos materiales que elaboramos. En mi experiencia promuevo que las cápsulas sean con preguntas al inicio, con pausas para que el estudiante no sólo escuche, que tenga que hacer algo con lo que se le está enseñando, que se incorpore un desafío o situaciones problemáticas que provoquen la acción y reflexión en torno al aprendizaje que se espera abordar. El sólo envío de una cápsula no nos permite saber qué le pasó al estudiante, por eso se puede priorizar algún tipo de retroalimentación que los anime a seguir participando.

La colaboración entre docentes: aprender, sugerir, renovar las prácticas.

Trabajar colaborativamente es una tarea compleja. Son muchas las creencias y posturas educativas que a veces se contraponen o generan conflicto. Porque cada docente hace lo que cree mejor para sus estudiantes y tiene una idea de cómo se debiese enseñar. Mi experiencia práctica ha permitido que valore aún más la importancia de enfrentar los desafíos de la educación en pandemia como una misión compartida, colaborativa que implica equivocarse, escuchar, sugerir y sentirse escuchada.

Para finalizar, comparto esta experiencia porque todo el desgaste físico y anímico experimentado a lo largo de esta práctica no se compara con los grandes aprendizajes e instancias reflexivas que me ha brindado el apoyar e impartir una educación que busque la participación y aprendizaje de todas/os los estudiantes, sin exclusión.