Educación integral: un buen proyecto común post pandemia
Por Genevy Moreno, Académica y Coordinadora de Formación Integral Facultad de Educación
Hace un par de semanas, el embajador de la Unesco en Portugal, Antonio Novoa, decía que “los virus no cambian al mundo, son las personas quienes lo hacen”. Últimamente hemos escuchado mucho que esta pandemia producirá grandes cambios y ¡qué duda cabe de eso! Lo relevante es que reconozcamos que esta crisis sanitaria termina de quitarnos el velo y deja frente a nuestros ojos y conciencia, (este proceso que en Chile, venía desde octubre del año pasado producto del estallido social) la inequidad en todo su esplendor.
Esta realidad también se replica en la inmensa mayoría de los países del mundo. Tan solo en el ámbito de la educación se evidencian las muchas desigualdades entre las escuelas, pero seguramente sin ellas, esas desigualdades serían aún mayores. En América Latina, hay 160 millones de estudiantes afectados[1], rápidamente se ha tomado la tecnología para hacer frente a esta crisis y poder dar continuidad a los procesos formativos. Sin embargo, un porcentaje no menor está imposibilitado de acceder a esta estrategia ya sea por no contar con conectividad o con los dispositivos tecnológicos necesarios. Están también las limitaciones que surgen como consecuencia de políticas que no incluyen a todas sus regiones, hay comunidades rurales e indígenas que aún no cuentan con sistemas de electricidad y requerimientos básicos. Y tan importantes como lo anterior, están todos los factores de interferencia que naturalmente surgen frente a situaciones de crisis e incertidumbre.
Otra evidencia que aparece con nitidez es la falta de un sentido del otro, de un proyecto común, de la conciencia de ciudadanía. En el último mes hemos presenciado escenas como éstas: helicóptero aterrizando en el antejardín de su “segunda (o tercera o tal vez cuarta) vivienda” ante la mirada atónita de los residentes del lugar para disfrutar de un fin de semana largo, personas diagnosticadas con Covid-19 comprando en supermercados, falsificación de permisos para circular en territorios de cuarentena, realización de fiestas varias y cultos religiosos haciendo caso omiso a una de las principales indicaciones para combatir el contagio: el distanciamiento social (la otra es el lavado permanente de manos), aumento en el número de agresiones al interior de sus casas hacia mujeres y menores. Todo esto sin entrar en “la timidez” con que el gobierno se dirige hacia el sector privado. Y su forma para presentar como beneficio el congelamiento de los contratos laborales para que sea el mismo trabajador quien patrocine este beneficio a través del uso de su fondo de cesantía. Ni hablar de lo de Cencosud. En el 2007, el psiquiatra chileno Claudio Naranjo, pionero en Psicología transpersonal, sostenía que “en la escuela, los asuntos existenciales se ven sistemáticamente ahogados por una situación en la que falta el encuentro humano, el diálogo en torno a lo que pasa en las mentes, familias y entornos de los alumnos, a los que se exige estar quietos en sus bancos y se entrena en la obediencia”. Tal vez hoy estemos pagando el costo de esta falta de consideración de lo existencial.
También se ha valorado fuertemente la importancia del aprendizaje socioemocional, donde la empatía, las emociones, las relaciones positivas y la toma de decisiones responsable son lo medular, ¡qué bien nos vendría eso ahora, después y siempre! El modelamiento en estas habilidades es central, sin embargo, la mayoría de lxs adultos no hemos sido educados ni entrenados en este ámbito, y cuando así ha ocurrido, ese sujeto es como una brújula que nos devuelve los anteojos para ver al otro que tengo al frente para aceptarlo y legitimarlo en mis interacciones. Pensar en la educación siempre es pensar en el hombre, en lo humano. En 1976, el gran pedagogo brasileño, Paulo Freire, enfatizaba que “…es fundamental partir de la idea de que el hombre es un ser de relaciones y no sólo de contactos, no sólo está en el mundo sino con el mundo”. Esto es hacernos conscientes de que estamos en él de manera activa, no solo ocupando un espacio si no que construyéndolo inclusivamente porque realmente legitimamos al otro.
¿Qué tipo de construcción nos piden los siguientes años?, sería injusto endosarle a la educación todo el peso de la historia que viene, pero sabemos que es el mejor vehículo que tenemos si además, y finalmente logramos la alianza efectiva con las familias. Necesitamos avanzar hacia sistemas educativos contenedores, flexibles y resilientes para enfrentar nuevas crisis. Hoy, en medio de la pandemia se alzan banderas y consignas de cambio en el paradigma de la educación, se habla de la educación integral e inclusiva y en el discurso estamos todxs de acuerdo. Mirando el vaso medio lleno, podríamos decir que nos encontramos en un escenario que valora esta forma de educar que abarca todas las dimensiones del hombre y persigue la multidisciplinariedad, y probablemente, la considera como una salida para deconstruir la sociedad individualista que se ha ido alzando durante tantas décadas circunscrita en la lógica de mercado y competitividad. Pareciera que hoy “lo comprendemos todo”.
Se han escrito centenares de artículos en relación a los fenómenos que se están observando a partir de la pandemia. El análisis es amplio y pudiéramos ingresar a él desde muchas aristas. Es interesante, pero más interesante es lo que haremos cuando todo esto termine. ¿Seremos capaces de recordar el miedo y la incertidumbre que sentimos?, ¿cumpliremos las promesas que hicimos como “ofrenda” al universo para que el virus se fuera en retirada? Entre ellas, la promesa de cambios en la Educación, ¿cuánto nos tardaremos en subirnos en la vorágine de las exigencias y resultados? La memoria es frágil, (¡y bien lo sabemos lxs chilenxs!), pero la historia es generosa y siempre nos da la oportunidad de escribir mejores páginas, confiemos en que post crisis seamos capaces de seguir relevando y defendiendo estos cambios para nuestra educación.
[1] Datos UNESCO, abril, 2020
Publicado en El Dínamo