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A Maturana, dejar aparecer…

Por Genevy Moreno Sajuria
Académica Facultad de Educación UAH

 ¿Cómo es que este hombre del “dato duro” llega a la explicación del vivir (y también del morir), no desde un lenguaje científico ortodoxo, sino desde la reflexión, la conversación y la colaboración? Más aún, ¿cómo es que el amar se presenta como eje del vivir dentro de su propuesta? La verdad, y lo que podría acercarse a una respuesta, es que hay coherencia en Humberto Maturana, destacado biólogo, filósofo​ y Premio Nacional de Ciencias en 1994, pues toda su obra se ha centrado en el valor del ser humano, reconociendo su necesidad de vinculación desde el nacimiento; salimos del útero biológico al útero social, y nos transformamos en él a través de la convivencia (p. 105)[1]. Para él, en el convivir lo fundamental es el respeto mutuo, la honestidad y la colaboración, esta última como la expresión del deseo de convivir.

Solo un par de semanas antes de su muerte el autor publicó, junto a su colega y amiga Ximena Dávila, el que sería su último libro: “La revolución reflexiva. Una invitación a crear un futuro de colaboración”, cuyo contenido es, sin duda, una síntesis perfecta de las principales reflexiones a lo largo de su trabajo. Este libro entrega una serie de elementos para llevarnos a una revisión profunda sobre la coherencia del convivir; una revolución con dos armas: reflexión y conversación (p. 60).

Para Maturana, la acción de “conversar” pertenece al ámbito del lenguaje y es una forma de coordinar los sentires, acciones y emociones para vivir y convivir. Para él, la forma de resolver los conflictos y las discrepancias es a través de la conversación honesta, en la cual hay que estar dispuestos a escuchar los fundamentos desde donde el otro habla y, también, desde dónde decimos lo que decimos. Sobre la reflexión, el autor señala la importancia de extenderla en todo lo que hacemos porque debe abordarse sistémicamente para confluir en un proyecto común que oriente una convivencia democrática, en esto es muy importante también la voluntad de desear este tipo de convivencia (p. 47)

Una idea que está presente transversalmente en la obra de Maturana es que, el amar, significa “dejar aparecer” al otro y que lo que impide esta posibilidad, y también la reflexión, son los supuestos, teorías e ideologías en las que estamos atrapados (p. 45) y que se anteponen en el encuentro. Por lo tanto, amar o “dejar aparecer” requiere soltar los prejuicios y las exigencias de los supuestos para que emerja el ser humano.

Los seres humanos vivimos separados por fronteras, posiciones socioeconómicas, color de piel y, fundamentados siempre en teorías o ideologías que lo justifican y que utilizamos para poner distancia entre unos y otros, todo esto resulta en la negación del dejar aparecer al otro, a la otra y a nosotros mismos. (p. 158)

La idea del “dejar aparecer” permite abrir nuevas miradas en Educación. De modo de evidenciar la relación entre el amar y el “dejar aparecer”, o ver, Maturana expone el siguiente ejemplo: un niño le dice a su mamá que no quiere ir más al colegio porque la profesora “no lo quiere”. Su mamá le dice que eso no es posible. Que todas las profesoras quieren a sus estudiantes. Frente a esto, el niño explica que la profesora no lo quiere porque cada vez que levanta la mano para preguntar, ella “no lo ve”.…

Dejar aparecer en la escuela es darle espacio al niño, a la niña y a los jóvenes para que sean visibles (no invisibles en cualquiera de sus formas) y que tengan presencia. Es acogerles, escucharles, estar disponibles para sus preguntas, tener tiempo para estar frente a ellos y ser coherentes en el vivir, de modo que, si los dejo aparecer, sientan y sepan que el profesor los respeta porque quiere y está abierto a convivir con los y las estudiantes. Cuando eso ocurre, estos se transforman en personas reflexivas, libres y responsables para escoger desde ellos mismos cómo colaborar.

Dejar aparecer es también para nosotros mismos. Dejarnos aparecer permite conectar con nuestro centro para reconocernos respetuosa, honesta y amorosamente, y poder elegir responsable y autónomamente vivir y convivir en la reflexión, conversación y colaboración.

El mundo que vivimos lo vivimos en nuestra corporalidad, nuestros sentires, emociones y pensamientos. Todo ocurre en nuestra fisiología. Si no nos observamos desde el dejarnos aparecer, nunca descubriremos la naturaleza y el fundamento desde el que nuestra propia vida se desenvuelve, ni tampoco lo que genera. (p. 161)

La Educación es un espacio relevante de transformación en la convivencia porque es allí donde se define y constituye verdaderamente el país que queremos, donde se aprende a ser ciudadano, y la conducta ética. Para Maturana esto último no tiene que ver con la norma, sino con el amar, con el ser capaz de ver al otro. Por esto, el autor se refiere a los profesores y profesoras como educadores sociales. “Educar no es solo entregar conocimientos, es transformación en la convivencia. Los niños y las niñas desde que nacen se van transformando en la convivencia con los mayores con quienes conviven” (p. 42). De allí la importancia de reflexionar profundamente en cómo se están formando nuestras y nuestros futuros profesores, y cómo son los sentires y vivires de quienes están vinculándose con las transformaciones diarias de la convivencia en las escuelas, ¿qué se está transformando?

La pregunta central para Maturana y Dávila que se reitera dentro del libro es: “¿queremos convivir o no queremos convivir? ¿Queremos dejar aparecer al otro?” (p. 106).  Si la respuesta es sí, aparecerá el mutuo respeto, la honestidad, la colaboración, la armonía. Para Maturana la colaboración es espontánea, es el resultado de un convivir, de un hacer, de un sentir y de un emocionear[2] (p. 94). Entonces, es porque decidimos vernos y escucharnos que colaboramos. Si la respuesta es no, el otro desaparecerá porque habrá teorías, supuestos, ideologías que justificarán la negación del amar, la no legitimidad de ese otro.

Toda esta revolución reflexiva, señalada por los autores como el gran desafío del siglo XXI, apunta a la urgencia de las transformaciones en el vivir y convivir que surge de revisar nuestra conducta ética y del cómo hacemos lo que hacemos (p. 97). La crisis climática, el estallido social en nuestro país, la pandemia en el mundo son todas señales ineludibles de que se precisa un cambio en nuestros sentires y haceres. Desde la lógica autopoiética,[3] las cosas no son en sí, sino son cómo uno las vive. Es por ello que hay un énfasis en la idea de que somos nosotros quienes generamos los mundos que vivimos y quienes podemos generar las modificaciones (p. 164). De este modo, el trabajo de Maturana presenta una invitación explícita a reflexionar sobre lo que estamos viviendo y decidir en qué mundo queremos vivir y convivir. Sin embargo, la utilidad de tomar conciencia sobre lo que nos hace daño es inexistente si no estamos realmente dispuestos a movilizarnos para transformarlo en bien-estar.

Tenemos que generar un retorno a las emociones: a la ternura, que es la emoción que acoge en el amar al otro, sin exigencias ni expectativas; al respeto, a la compasión, a la dignidad, a la bondad y a la preocupación por la biósfera, porque si este planeta se enferma, nos enfermamos todos. Somos seres que nos transformamos en la convivencia con otros y otras, pudiendo vivir desde lo más hermoso hasta lo más horroroso. ¿Por qué no vivimos entonces, en el modo de vivir que quisiéramos para nuestros hijos? Si queremos que escuchen, escuchémoslos; si queremos que sean reflexivos, reflexionemos junto a ellos. (p. 114)

Si quienes formamos parte de esta articulación de vinculaciones que es la Educación comprendiéramos que la escuela es un espacio de encuentro y de transformación permanente, seguramente uniríamos deseos y coherencia para la convivencia de la que nos habla Maturana, aquella que educa a cada uno en el respeto y en la aceptación de sí mismo para acoger lo mismo en los otros y hacer posible la dignidad de todes. Es muy difícil no sumarse a esta Revolución reflexiva, los argumentos son claros, robustos y urgentes, sólo cabe preguntarse qué ofreceremos desde nuestro rol de educadores, de qué nos haremos cargo y sobre todo si estamos dispuestos a dejar y dejarnos aparecer.

Referencias

Dávila, X & Maturana, H. (2021). La revolución reflexiva. Una invitación a crear un futuro de colaboración. Paidós.

[1] Todas las referencias de este documento pertenecen al libro “La revolución reflexiva. Una invitación a crear un futuro de colaboración” escrita en coautoría con Ximena Dávila.

[2] Forma en la cual Maturana se refiere a las emociones como lo que constituye el dominio de acciones en la interacción.

[3] La “autopoiesis” es un término acuñado por Humberto Maturana y Francisco Varela (1969). Se refiere a la cualidad de un sistema capaz de reproducirse y mantenerse por sí mismo.